Leyendo
algunos libros que tratan de la agonía , lo que en realidad es la
vida y sus diversas situaciones, no puedo evitar pensar en el joven
Gabriel. Si bien es cierto, no era cercano a mi, su vida (o su
agonía) marcó la mía.
Gabriel
era un estudiante de veintitantos años, evitaba riñas y convivía
con sus iguales, nunca se le notaba en extrema tristeza pero pocas
veces reía con esa fuerza que da la juventud y la falta de
compromisos.
Tratando
de creerme la fama que mis amigos pensaban que yo poseía, traté de
iniciar una investigación que me aclarara por qué Gabriel jamás
reía y también averiguar el por qué sujetaba su pecho en soledad
pero no con gesto de dolor, más bien era como queriendo sujetar un
recuerdo para que este no se fuera de su lado.
Una
de las tantas veces que lo observé, pude notar que su vista se
perdía en el paisaje de concreto que da una ciudad aburrida, esto es
normal para mi, no hay nada peor que la ciudad con sus molestos
ruidos y olores desagradables.
Gabriel
se perdía a diario entre sus pensamientos mostrando al público que
miraba su vida como si fuera una serie de televisión, una cara larga
con unos ojos que no brillaban y una boca entreabierta como queriendo
aprisionar algún lamento.
En
una de esas tardes ventosas de diciembre tuve la oportunidad de
hablar con Daniel, amigo de Gabriel, compañero también de
universidad y de charlas normales de jóvenes muchachos que buscaban
como divertirse. Esa tarde, Daniel me confesó que estaba preocupado
por su amigo, decía que hablaba poco y miraba a su alrededor como si
algo lo abrumara.
-Una
noche volvíamos a casa de la universidad, le pregunté a Gabriel si
se sentía enfermo o si tenía algún problema en la casa con sus
padres o sus hermanos y solo respondió con un “no pasa nada”
seguido por una de las sonrisas más tristes que haya visto jamás...-
me contaba Daniel algo afligido.
Mientras
Daniel seguía contándome lo que ocurría a diario con su amigo, yo
fui haciéndome de la idea de que tenía una fuerte depresión y que
era peligroso no tratar de hablar con él ya que en cualquier momento
podía ocurrir una desgracia así que decidí buscar a Gabriel para
charlar y tratar de buscar una solución a esta situación que a
muchos nos preocupaba.
Un
día volviendo a casa me encontré con Gabriel en la estación del
autobús y nos saludamos, así que le extendí una invitación para
ir a tomar un café y así charlar un rato a lo que accedió sin problema
alguno.
Fuimos
a un café muy rústico, tranquilo, de esos lugares donde se puede
leer y escribir sin mayor contratiempo, lugar que yo frecuento con mi
esposa desde hace más de tres años, cuando salíamos como
enamorados para conocernos y querernos más cada día.
Cuando
me senté en la mesa con Gabriel lo primero que dijo fue que él
sabía el por qué yo lo había invitado a tomarse un café y que él
estaría dispuesto a contarme con lujo de detalles lo que le pasaba.
Gabriel
pidió un café negro y yo un irlandés , luego cuando el mesero
regresó ya con las bebidas, comenzó una de las experiencias más
desgarradoras e impresionantes que jamás haya vivido.
El
muchacho comenzó la conversación, la cual me puso nervioso desde el
principio.
-
¿Usted cree que yo ya esté muerto? Dijo Gabriel.
Negué
con la cabeza de manera apresurada y nerviosa mientras trataba de no
ahogarme con el trago de café que tenía en la boca.
-Que
cosas dices Gabriel, los muertos no hablan y mucho menos toman café.
- Le dije.
-Pues
le voy a contar lo que me pasa y luego usted sacará sus
conclusiones- Me dijo el muchacho con una serenidad aterradora.
-Habrá
notado usted Diego que yo no soy como los otros muchachos del barrio,
no me privo de ciertos gustos como salir a comer o beberme una copa,
pero no rio o grito como ellos, no salgo con ellos, no me gusta
contarles mis cosas porque es obvio que no me entenderán.
Todos
piensan que estoy loco, que debería ir al psiquiatra o que debería
buscar a Dios; yo ya no necesito eso Diego, los muertos solo
necesitan descansar en paz ¿no cree usted?-
Volví
a cuestionarle el por qué piensa que está muerto, que los muertos
están bajo tierra y sus almas sepa Dios donde están, obviamente en
un lugar mejor que este mundo acelerado y lleno de desilusión.
Luego
de cuestionarlo, Gabriel sorbe un poco de café y me hace una
pregunta de esas que parecen simples pero vaya, nunca estuve tan
equivocado.
-¿Sabe
usted qué es estar muerto? -Preguntó Gabriel.
-Pues
creo que estar muerto es ya no ser parte de este mundo, dejar de
respirar, desaparecer físicamente de la vida de tus seres queridos
pero permanecer siempre en sus corazones- Contesté.
El
joven mete una de sus manos en uno de sus bolsillos, saca una
fotografía de una joven y la coloca sobre la mesa.
-¿Sabe
quién es ella?- Dice con voz quebrada el joven.
-Pues
no, dime de quien se trata.
-Ella
es mi asesina Diego, Ella me privó de la vida, ella se fue con todo
su cariño y así me mató. Sus armas un adiós y una lagrima falsa.
De
inmediato supe que estaba frente a un joven con el corazón roto,
cosa que nunca ha matado a nadie y tampoco lo hará con Gabriel.
Escogiendo
muy bien mis palabras le di a entender al chico que esto sería una
de otras tantas veces en las que sufriría por una mujer, que era
cuestión de tiempo y espera para que esa ilusión se vuelva a
despertar en los ojos de otra joven.
Gabriel
replicó y dijo que él ya había muerto, él estaba acá tomando
café con un vivo, alguien enamorado, alguien con otra vida además
de la suya.
Esa
misma semana yo tenía planeado ir con mi esposa de viaje a las
montañas y aprovechar de algunos días a solas en una cabaña,
disfrutar de algunos días de vacaciones al final del tedioso año
que ambos habíamos tenido.
Mi
esposa y yo disfrutamos de cuatro días en un hotel de montaña desde
el cual podíamos ver un volcán dormido rodeado por nubes frías y
bellas.
Volvimos
un domingo, día que se convertiría en algo tan extraño que aún no
comprendo y me aterra.
Ya
en nuestra casa decidí ir a caminar un poco y saludar a Gabriel.
Toqué la puerta de su casa y esperé a que me atendieran.
La
puerta se abrió tranquilamente y una señora con una sonrisa algo
plástica me saludó.
-Hola,
en que le puedo servir-
-Busco
a Gabriel señora, será que le puede decir que lo llama Diego?-
-Aquí
no hay ningún Gabriel, joven. No que yo recuerde- Dijo la señora
con ojos perdidos y su sonrisa fingida, como si le hubieran unido los
labios con pegamento.
Volví
a mi casa algo confundido y le comenté a mi esposa lo que acababa de
pasar. Ella ya estaba al tanto de lo que ocurría con Gabriel porque
ya le había contado de nuestra extraña charla en aquel café.
Los
días pasaban y no se sabía nada de Gabriel, era como si ya no
existiera, ni sus amigos, hermanos, ni sus padres se cuestionaban el
paradero de aquel joven triste y sólo, parecía que jamás lo
hubieran conocido, me daba cierto temor que yo hubiera enloquecido y
que ese chico fuera producto de mi imaginación.
Mi
esposa me tranquilizó diciéndome que ella también lo recordaba y
que todo esto era muy extraño.
Pasó
el tiempo y era como si Gabriel jamás hubiera nacido, nadie lo
nombraba ni lo recordaba.
Una
noche luego de regresar del trabajo, mi esposa con ojos de pánico me
dijo que me había llegado una carta.
-Léela Diego, está en la mesa de noche de nuestro cuarto, tal vez si la
entiendas porque a mi solo me provoco un terror increíble-
Me
dirigí al cuarto y tome la carta, la abrí y comencé a leer.
“¡Hola
Diego!
¿Sorprendido?
Ahora no solo tomamos café o hablamos, los muertos ahora también
escribimos.
Ahora
puedes creerme, lo único que me faltaba para estar muerto era que no
me vieran más...
Al
contrario de lo que tú piensas, no mueres y luego te olvidan, no
mueres y luego te sepultan; primero te olvidan luego de amarte y ahí
es cuando mueres.
Podía
lidiar con la indiferencia de mis familiares y conocidos pero no con
el olvido de mi asesina, la asesina bella de voz dulce...
Diego,
nunca olvides a la otra mitad de tu corazón, si la olvidas te
convertirás en un homicida al igual que mi amada.
Te
dejo por ahora, ya te sorprendí lo suficiente, dile a Mónica que no
te olvide tampoco, que no te mate...
Hasta
pronto...
Gabriel.”
Mi
cuerpo perdió toda fuerza, empalidecí y quise llorar y no supe por
qué.
¿Será
posible que podamos acabar con alguien sin empuñar un arma? ¿Sin
traspasarle el corazón con una espada?
-¿Cómo
diablos sabía mi nombre se chico si tú me dijiste que no hablaste
de mi, si nunca me había dirigido la palabra?- Gritó mi esposa
llena de pánico...
-No
lo sé amor, a pesar de su edad, Gabriel sabía muchas cosas y ahora
sabe más de lo que tú o yo podamos aprender en esta vida....
Mauricio
Blanco García.
Me he quedado perpleja con esta historia sin duda tambien sin palabras. Excelente Mauricio me ha encantado
ResponderEliminarMuchas gracias Tairy! De verdad estoy muy agradecido por el tiempo que sacas para leer un poco de lo que escribo!
EliminarPuedo decir que lo que escribes me deja siempre con un sabor delicioso y con ganas de leer más y más!!!!