miércoles, 27 de agosto de 2014

La procesión

Quiero emprender un viaje que tal vez no me lleve a conocer las ciudades más exóticas o antiguas del mundo, tampoco creo que me haga caminar más de la cuenta o que me provoque extrañar mi hogar. Este viaje lo puedo iniciar cuando quiera y donde me encuentre, solo necesito algunas cosas para ir y no volver nunca más.
Primero necesito ya no temerle más a tus sonrisas, caminar lentamente y entrar por tu mirada cálida e instalarme en tus memorias, ya en ellas podré conocer lo que tanto anhelo y sin duda será el viaje de mi vida.
Recorrer tu rostro tibio, sentir tus mejillas con mi nariz, comunicarte suavemente al oído lo mucho que disfruto el paisaje de tu cuello y lo relajante que es acariciar tu espalda con la rudeza del deseo que provoca tu respiración entrecortada.
Luego de todo esto, la procesión baja por tus pechos firmes y tensos descubriendo centímetro a centímetro la gloría que es tu cuerpo. Al fin tus brazos finos y delicados toman los míos y juntos marcamos un nuevo camino lleno de impaciencia hacia un vientre que desea la visita de algún beso que haya perdido el rumbo gracias a la neblina provocada por la pasión desmedida del momento.
De un pronto a otro las luces bajan y la oscuridad toma el control de todo, el recorrido sigue por instinto, dos almas se juntan y viajan por todo un universo de sensaciones terminando en un desierto de sudor y de risas nerviosas llenas de agotamiento.
Quiero irme de mi hogar y conocerte todos los días de mi vida, sacrifico cualquier cosa para que esta procesión jamás llegue a su fin...