-Todos
tuvimos a una Ana, mi hermano la tuvo, recuerdo
que un amigo de triste andar decidió irse del país por una, y yo mi
querido Lorenzo, yo también tuve a la mía...
-¿Pero
qué cosas dices?
-¡La
verdad! Hasta un Horacio que escribía con el corazón en la mano
tuvo a la suya, y vaya que le dolió perderla...
-No
entiendo lo que dices pero me da miedo encontrar a la mía si debo
abandonar algo, si la pierdo o si juego con mis dedos tal y como tú
lo haces, pareces loco...
-No
te preocupes más Lorenzo, no sabrás su verdadero nombre hasta que
la veas partir...
Fragmento
de: “Las que se van...”
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