Hay
días en los cuales el planeta se levanta de resaca, con mucho asco y
dolor...
En esas
ocasiones los vientos soplan fuerte, la tierra se sacude y el mar se
pone un poco inquieto, como cuando traemos una piedra en el zapato.
A pesar
de sus intentos de mejora, aquellos que habitamos la Tierra nos
aferramos a ella como alimañas, desgarrándole y eliminando su
belleza.
El
planeta sigue su lucha, la tierra se mueve con ira, el frío se hace
inclemente y el mar es menos calmo cada día. A pesar de todo esto,
los habitantes del ya enfermo planeta aún seguimos en él.
Luego
hay días como este, donde ni los vientos o mareas logran lo que unas
cuantas personas con odio suficiente realizan en algunos minutos.
La
esperanza de nuestra Tierra hermosa ha llegado y es el odio entre
nosotros mismos, cada quien se deshace del que está al lado, de
aquel que cree en dioses diferentes o de aquellos que aman de manera
diferente ante los ojos inquisidores de la “mayoría”.
Una
cura lenta y dolorosa, solo espero que la herida no sea muy grande y
que la cicatriz no arruine las bellezas que nuestro hogar guarda tan
celosamente.