Quiero emprender un viaje que tal
vez no me lleve a conocer las ciudades más exóticas o antiguas del
mundo, tampoco creo que me haga caminar más de la cuenta o que me
provoque extrañar mi hogar. Este viaje lo puedo iniciar cuando
quiera y donde me encuentre, solo necesito algunas cosas para ir y no
volver nunca más.
Primero necesito ya no temerle más
a tus sonrisas, caminar lentamente y entrar por tu mirada cálida e
instalarme en tus memorias, ya en ellas podré conocer lo que tanto
anhelo y sin duda será el viaje de mi vida.
Recorrer tu rostro tibio, sentir
tus mejillas con mi nariz, comunicarte suavemente al oído lo mucho
que disfruto el paisaje de tu cuello y lo relajante que es acariciar
tu espalda con la rudeza del deseo que provoca tu respiración
entrecortada.
Luego de todo esto, la procesión
baja por tus pechos firmes y tensos descubriendo centímetro a
centímetro la gloría que es tu cuerpo. Al fin tus brazos finos y
delicados toman los míos y juntos marcamos un nuevo camino lleno de
impaciencia hacia un vientre que desea la visita de algún beso que
haya perdido el rumbo gracias a la neblina provocada por la pasión
desmedida del momento.
De un pronto a otro las luces bajan
y la oscuridad toma el control de todo, el recorrido sigue por
instinto, dos almas se juntan y viajan por todo un universo de
sensaciones terminando en un desierto de sudor y de risas nerviosas
llenas de agotamiento.
Quiero irme de mi hogar y conocerte
todos los días de mi vida, sacrifico cualquier cosa para que esta
procesión jamás llegue a su fin...